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sábado, octubre 25, 2008

Ignacio Solares publica "Imagen de Julio Cortázar"

30 de septiembre de 2008 - El Universal (Caracas)

México.-El escritor mexicano Ignacio Solares afirmó que revivir al argentino Julio Cortázar (1914-1984) "es lo mejor que le puede pasar a este planeta" y animó, sobre todo a los jóvenes, a acercarse a él porque "no hay mejor entrada a la literatura que sus cuentos".



Solares dijo en declaraciones que su reciente libro "Imagen de Julio Cortázar" (Fondo de Cultura Económica, 2008), quiere ser "un granito de arena para revivir a Cortázar", muy especialmente entre los lectores adolescentes.

El autor de la obra, donde se comentan cartas, entrevistas y testimonios sobre el famoso intelectual argentino, cree que animando la imaginación de los lectores primerizos hay una esperanza de que el mundo cambie para bien.

"Me gustaría pensar que si se inician con Cortázar, el escritor, solito, se encarga de meterlos de cabeza en la literatura y ya no pueden salir de ahí", añadió.

Solares confesó que él mismo fue uno de los que descubrió al escritor argentino en su adolescencia, una influencia que le ha marcado el resto de su vida.

Sostiene que en su libro ha tratado de reflexionar menos sobre el mundo académico que envuelve al escritor argentino y más sobre los aspectos "mágicos" y "esotéricos" del literato, muy influido por la filosofía hindú.

El autor de libros como "La invasión" (2004) y "Columbus" (1996) consideró que sería muy sano que en su propio país, México, se instalara un "cronopio" en el poder.

Con ese nombre Cortázar aludía a unos seres mitológicos que inventó, extravagantes, rebeldes, irónicos y sensibles, capaces de romper en el mundo con las reglas generalmente aceptadas, establecidas por las "esperanzas" y las "famas", sus enemigos mortales.

"Con un 'cronopio' en el poder nos salvamos, ¿no?", ironizó Solares.

Para el también novelista mexicano, en Cortázar confluyen dos dimensiones sobre las demás, una de poeta, culto y humanista, y otra de visionario, que "creía en vampiros, en fantasmas, en horóscopos".

Esos dos aspectos le hacían confiar en el enorme potencial de las personas, a las que consideraba "seres integrales y llenos de posibilidades en todos los sentidos".

Una de las facetas que más atrajeron a Solares de Cortázar fue la manera que tenía de ver el mundo de los sueños.

"Él tenía una creencia en lo onírico como una puerta que nos da acceso a lo que puede ser el otro mundo. No creía en la muerte", aseguró Solares, admirado de que Cortázar, en algunos de sus cuentos, haya hecho descripciones maravillosas del "Más Allá", como la que hizo en "La cinta de Moebius".

A su propia esposa, Aurora Bernárdez, a quien el escritor mexicano entrevistó, Cortázar llegó a decirle una vez: "no te preocupes por mí, me voy a ir a mi ciudad", aludiendo al "Otro Mundo", que imaginó con gran detalle en vida.

Solares recordó que otro relato, titulado "El perseguidor", da una de las claves de la concepción cortazariana del ser humano: "Nuestro problema es haber inventado el tiempo, (al hacerlo...) inventamos la muerte. Los grandes enemigos de la vida son el tiempo, el miedo y el dolor", aseguró a la agencia de noticias Efe.

"Imagen de Julio Cortázar" ha sido prologado por el Nobel de Literatura colombiano Gabriel García Márquez, a quien Solares considera "un cortazariano irredento".

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domingo, octubre 21, 2007

Va recuperando su protagonismo el espacio El cuento de la Televisión cubana

El género entre los cubanos cuenta con muchísimos cultores y no pocos receptores
Por: Frank Padrón
En Juventud Rebelde (Cuba)

17 de octubre de 2007 00:36:39 GMT
El espacio televisivo El cuento (CV, martes, 10:20 p.m.) está recuperando el protagonismo que algún día tuvo, y no es raro, si se tiene en cuenta que el género entre nosotros cuenta con muchísimos cultores y no pocos receptores.
El de hace dos semanas, nos acercó a uno de los grandes de la narrativa latinoamericana, una de las figuras emblemáticas del llamado boom literario de los años 60 en el siglo pasado, y verdadero paradigma para los amantes del relato: el argentino Julio Cortázar, quien, pese a la fama de su fundacional e innovadora Rayuela, continuó (y aún continúa) siendo una referencia dentro de y para la narración más breve.

El mundo mágico de un escritor que leyó y estudió mucho (pero vivió más, y así lo reflejó en su vasta y rica obra), los frecuentes cruces y nexos entre la realidad y la ficción, y la plasmación de un universo absurdo que no procedía de su imaginación sino que respondía a la más llana realidad, encontraron plasmación en una cuentística aún reveladora, vanguardista, singular.

Su cuento Cuatro actos para un té propone un tema recurrente en su narrativa: una curiosa intersección entre arte y vida. Durante una representación teatral, uno de los espectadores es obligado a representar un papel, y una de las supuestas actrices en escena está en el mismo caso. Al parecer no es un simple juego teatral, sino un plan macabro que el protagonista intenta descubrir, y más allá de todo esto, una reflexión profundamente ontológica, filosófica, como hallamos a lo largo y ancho de la obra cortazariana.

Ya la referencia argumental deja claro que no se trata de un texto lineal, y por tanto, nada fácil en su traslación a la pequeña pantalla. El autor de la versión para el medio y a la vez director de la puesta, Rubén Consuegra, supo de entrada armar una ambientación convincente: la atmósfera peculiar de un teatro (a propósito, el matancero y mítico Sauto), ese raro y encantador elíxir que rodea las representaciones desde mucho antes de que se alce el telón, aparece adecuadamente plasmada en la puesta televisual.

Sin embargo, las indudables complejidades del corpus literario, los sugerentes subtextos que el nada inocente juego entre la escena y ese otro escenario, mucho más amplio y difícil (como es la realidad) propone el relato, se simplifican un tanto dados los recurrentes efectos (devenido efectismos) a que convoca la imagen. Consuegra y sus colaboradores pensaron quizá que recurriendo a los mismos, lograrían trasmitir los intrincados pasadizos de la narración, pero estos quedaron en la epidermis del espectador.

Luego, la iluminación resultó otro rubro desacertado; no extrañó leer en los créditos finales la cantidad de especialistas en dicha rama que trabajaron aquí, y es que el énfasis y los excesos dieron al traste con la atmósfera mucho más íntima que requerían gran parte del sujet y sus espacios; no se apreció una delimitación rigurosa, como tocaba, entre las luces de la puesta en el escenario y, digamos, las del camerino a que conducen al actor improvisado, o los momentos finales fuera del teatro, cuando justamente la importancia de esas diversas locaciones para las tesis que propone el relato según avanza la trama, precisaban de una mayor diferenciación en el diseño lumínico.

Por último, las actuaciones. En tan importante acápite el director demostró cuidado, rigor, pero desafortunadamente se tuvo que enfrentar a bisoños actores (comenzando por el protagonista) aún sin suficiente experiencia y energía para asumir personajes tan contundentes y matizados como los de este cuento, de modo que el error partió aquí de la propia selección, del casting, a pesar de lo cual, descollaron algunos desempeños individuales como los de Aramís Delgado y Dianelis Brito.



Cuatro actos para un té quedó, sin duda, por debajo de sus posibilidades, pero entreabrió una puerta: si bien clásicos de la narrativa hispanoamericana merecen, como en este caso, ser asumidos y representados por nuestra Redacción dramatizada (empeño que desde un principio saludamos) también precisan de un mayor y mejor estudio previo, un tratamiento más consciente para así arribar a resultados mucho más estimulantes.

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